El cielo se teñía con matices que variaban desde lilas y anaranjados a un profundo rojo, mientras el sol desaparecía de nuestra vista hundiéndose en el horizonte. Habíamos caminado por días y el cansancio se hacía presente en cada uno de los hombres que seguían las ordenes de mi hermano Teodosio. Tras un pequeño enfrentamiento a las orillas del río que nos había ocasionado las suficientes bajas para desanimar al resto de nuestros hombres, los visigodos emprendieron marcha hacia el norte, rumbo que sin descanso alguno seguíamos para cobrar las vidas de nuestros hermanos caídos.
Teodosio se había convertido en jefe militar poco después de la muerte de nuestro padre en el campo de batalla. Un visigodo lo sorprendió por la espalda mientras el defendía a uno de sus hombres. Estoy completamente convencido que la razón por la que mi hermano se ha convertido en uno de los jefes mas respetados e importantes es la sed de venganza que le consume el alma, pero que a su vez alimenta su coraje y no permite que en ningun momento flaquee. Siento pena por el. Quiza yo no soy la bestia sanguinaria que es Teodosio, pero estoy en esta guerra por los motivos correctos a mi parecer. La muerte de mi padre sin duda fue una de las causas decisivas, pero mucho antes de eso yo peleaba por mi pueblo, por mi hogar.
Los rayos lunares casi invisibles bañaban con su sutil luz plateada la silueta de cientos de hombres recostados en el suelo del desierto. Mi hermano por fin había hecho caso de mis comentarios acerca de la fatiga que azotaba a nuestras tropas y que en caso de otro enfrentamiento temía que nuevamente fueramos vencidos.
-Lo extraño.
La voz de Teodosio rompió el silencio en el que nos encontrábamos envueltos, tomándome por sorpresa, sin embargo sabía exactamente de que hablaba.
-Lo sé. Mas en noches con luna como ésta. ¿no es así?.
Mi hermano sonrió en silencio y con cierta nostalgia, se recostó a mi lado y dirigió su mirada hacia el cielo nocturno tapizado de estrellas en el que yo me había perdido hasta que el me hablara. Entonces yo dirigí mi mirada hacia ese astro magnifico que regía en el manto negriazul, cerré mis ojos y fui transportado a esas noches de verano en el techo de nuestra casa. Mi padre enseñándonos los nombres de las constelaciones y Teodosio y yo con la curiosidad de los infantes que éramos nos asombrabamos de las impresionantes figuras que encontrábamos. Pero todo había quedado en el pasado, ya no éramos mas esos niños, eramos soldados pasando la noche recordando momentos preciados en la espera de un nuevo amanecer que podría traer consigo la victoria o la muerte.
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